Soy de aquellos que tienden a analizarlo todo quizás en exceso, no de los impulsivos e irreflexivos. Sin embargo, a menudo también me ha paralizado el miedo a cometer errores. Pero quizá precisamente por eso, quiero compartir con vosotros lo que he aprendido.

Dicen que la vida es más bonita cuando se vive sin pensar, cuando se actúa con el corazón y se confía en el instinto. Que no hay que perder el tiempo analizando hasta el último detalle de cada situación, sino que hay que lanzarse a la aventura con valentía y confiar en nuestra intuición. Que muchas veces nos complicamos la vida y pasamos horas y horas dándole vuelta a las cosas cuando, al final, resulta que  la respuesta está en nuestra primera impresión.

Y sabéis qué, tienen razón. A veces tanta reflexión nos bloquea en vez de ayudarnos. Nos ponemos excusas, encontramos mil obstáculos para no cambiar y eso, amigos, nos impide vivir de verdad.

El equilibrio entre la reflexión y la acción es importante, pero hay que saber cuándo dejar de pensar y empezar a hacer. A veces, la vida nos sorprende con momentos mágicos, que solo podemos disfrutar si actuamos por puro instinto, siguiendo nuestra intuición.

Así que, ¿Qué tal si nos complicamos menos y nos dejamos llevar más por nuestro instinto? Dejar de lado el análisis excesivo y abrazar la espontaneidad podría abrirnos las puertas a oportunidades que de otra manera pasarían volando y nos perderíamos.

Entonces, ¿Por qué no nos atrevemos a vivir con menos pensamientos y más acción? ¿Por qué no confiamos un poquito más en nosotros mismos y abrazamos el flujo natural de la vida? Seguro que nos iría mejor, convirtiéndonos en protagonistas de nuestra propia historia en lugar de quedarnos mirando desde la grada.

Miguel A. López Molina

09/02/2024

Pensar menos, Sentir más  ( El Chojín)