Dicen que la mentira tiene las patas muy cortas, pero nadie tiene la precaución de advertirte que esas patas vienen con propulsores de última generación. Mientras tú te esfuerzas por buscar la verdad, ella ya está en un yate tomando cócteles y acumulando likes en redes sociales. Es el fenómeno del siglo XXI: la desinformación a la velocidad de la luz, pero con el mismo veneno de siempre.

Antes, los chismes tenían un cierto encanto artesanal. Había que sudar la gota gorda para despellejar al vecino: elegir con cuidado el lugar, ya fuera la plaza del pueblo, la misa del domingo o las tertulias en el mercado. El cotilleo era todo un ritual: miradas furtivas, susurros estratégicos y, cómo no, un café bien cargado que alimentara el morbo. Cada palabra se trabajaba con esmero, como quien teje un secreto a medida.

¿Y ahora? Ahora basta un tuit venenoso, un comentario malicioso en redes o un post sospechoso acompañado de una foto sacada de contexto.

Y lo mejor, o peor, según se mire, es que ni siquiera importa si la mentira es absurda o si no tiene pies ni cabeza, lo importante es que se haga viral. "Desmentirlo ya lo haremos luego", piensan algunos. Spoiler: el "luego" nunca llega.

El problema, claro, no es solo que la mentira corra aún más rápido que tú tras escuchar “Tranquilo, no te va a doler” de un urólogo con manos temblorosas, sino el efecto colateral que deja a su paso. No nos esclaviza el engaño sino la duda. Porque, cuando nada es confiable, ¿qué pilar queda en pie? De pronto todos comenzamos a fallar, como ese reloj al que le falta un engranaje minúsculo pero vital.

Y aquí seguimos, avanzando por un camino que no elegimos, sino que alguien nos trazó, armado con un teclado, una conexión Wifi  y una imaginación tan retorcida como peligrosa.

La realidad es simple pero amarga: el mundo no está hecho para los amantes de la verdad. Si eres uno de ellos, prepárate para la carrera más agotadora de tu vida.

Miguel A. López Molina

29/11/2024