Un blog de Miguel Ángel López Molina miguel@ylogica.com
RECUERDO su azulada luz, el olor a mar y el suave crujir de la arena agrisada de sus playas. Fueron aquellos atardeceres entre olas y rocas pobladas de cangrejos los que me vieron crecer. Son recuerdos unidos a un sencillo palo y un hilo de nylon que terminaba en un modesto anzuelo oxidado y una pequeña bolita de pan; ¡deseaba pescar al pez grande!, igual que el protagonista de El Viejo y el mar.
Ese mar fue el testigo de salados e inocentes besos, de la piel tostada por el sol, de escondites entre rocas y de ir descubriendo la vida. Veranos de interminables tardes en el barrio de El Palo, bajo el ardiente y rojizo sol de Málaga, vagabundeando descalzo en busca de caracolas que acercaba al oído, para poder así escuchar el mar aun estando lejos.
Recuerdo a los pescadores lanzando sus redes al amanecer y recogiéndolas llenas en la orilla. Luego, vendían en el barrio y en la lonja los peces que, casi saltando, desbordaban los cenachos de mimbre que colgaban de sus brazos. Más tarde, contemplé una escultura en la entrada del puerto que, os lo aseguro, era la viva imagen de los vecinos de mi calle.
Así transcurrió una parte de mi infancia, entre olas y arena, entre risas y salitre. El Mediterráneo, testigo silencioso de cómo crecí, seguramente seguirá susurrando historias al oído de quien quiera escuchar.
La vida es como el mar: inmensa y llena de misterios. Siempre escucho su murmullo en aquella caracola y dejo que me cuente sus pequeñas historias al oído. En ellas suelo encontrar la verdadera riqueza de la vida.
Miguel Ángel López Molina
12/07/2024
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