Un blog de Miguel Ángel López Molina                                                                                                                   miguel@ylogica.com  

 

Polvo en el viento

No temas a la muerte. Abrázala como abrazas la noche al final de un día largo. Pero hasta que ese momento llegue, vive con la intensidad de quien sabe que cada amanecer es un milagro. No te preocupes por cuánto tiempo te queda; preocúpate por lo que haces con él. Mi regalo para ti es este: vive con amor, sin miedo, y con la certeza de que lo mejor siempre está por venir.

Miguel A. López


Cierro los ojos, solo por un instante,
y cuando los abro, el momento ya se ha ido.
Todos mis sueños desfilan ante mí,
efímeros, frágiles, una simple curiosidad.
Polvo en el viento,
eso es todo lo que somos: polvo en el viento.
Polvo en el viento (Kansas)
Traducción libre por Miguel A. López


 

La vida —y esto lo sabía más por viejo que por sabio— es como una obra de teatro donde el público, es decir, los demás, están tan absortos en sus teléfonos que ni te miran… y mucho menos te aplauden.

—¿Y qué hay después de la obra? —alguien le preguntó.

¿Te refieres a ese…“pequeño inconveniente” que todos preferimos ignorar hasta que nos toca de cerca o, simplemente, cuando el calendario nos recuerda que ya no somos unos jovencitos?

Antes de que contestara y mirándole fijamente, le soltó:

—Hay una cosa peor que morir: vivir con miedo a la muerte. Al fin y al cabo, la muerte es inevitable, el miedo es opcional. 

—Todos nuestros miedos son como hidras: múltiples cabezas de un único temor verdadero.

Sí, ya sé lo que estás pensando: Otro filósofo de barra de bar que intenta tranquilizarnos con metáforas baratas sobre el sueño eterno. Pero, escucha atento  porque aquel viejo tenía su puntito: 

¿Te has fijado en cómo duermes? Y no hablo de la postura de la cucharita o si roncas como un tractor viejo. Hablo de ese momento en el que cierras los ojos y, sin darte cuenta, desapareces. Lo que sientes, piensas o imaginas se diluye, como un terrón de azúcar en el café. Un segundo estás aquí, en tu cama, preocupado por las facturas o las calorías del pastel que comiste, y al siguiente, estás flotando en la nada. Sin dolor. Sin conciencia. Sin reloj, sin nada.

Entonces despiertas, miras el móvil y te sorprendes: ¿Ya pasaron ocho horas? Podrían haber sido minutos o un siglo entero, y tú no habrías notado la diferencia. ¿No es maravilloso? Bueno, maravilloso si ignoramos la angustia de despertarte tarde para ir al curro. 

La muerte, dijo entonces el viejo, debe ser igual: te sumerges en un sueño profundo, sin sueños ni molestias, y si por un casual hay algo más allá, abrirás los ojos como si hubieras dormido un segundo. Aunque hayan pasado mil años.

Claro, no puedo prometerte que en el “más allá” tengas un servicio de desayuno continental o wifi gratis, pero el mensaje es claro: no pierdas el tiempo temiendo lo inevitable. Es como temer que haga calor en el desierto. En lugar de obsesionarte con el final de la obra, aprende a disfrutar el papel que te ha tocado, incluso si eres ese personaje que solo entra para gritar “¡El rey ha muerto!” antes de salir corriendo.

Y el viejo concluyó con una cierta ironía:

“En realidad, morirse no deja de ser un mero trastorno de la personalidad llevado hasta las últimas consecuencias”

Miguel Ángel López Molina

24/01/2025

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