Un blog de Miguel Ángel López Molina miguel@ylogica.com
"El miedo es el mayor controlador social; no necesita cadenas ni barrotes, solo la convicción de que escapar es imposible."
Miguel A. López
PARTE I
Me despierto con el eco de los altavoces repitiendo el mismo mantra de cada mañana: "¡Unidad, seguridad, prosperidad!". Salgo de la cama y miro por la ventana. Las calles de Bruselas están más grises que de costumbre.
Desayuno lo poco que queda. Los supermercados racionan hasta el pan y la leche, pero al menos los cañones apuntando al este nos hacen sentir seguros. O eso nos dicen.
La Unión se ha vuelto un espejo distorsionado de lo que prometía. Nos hicieron creer que la libertad significaba obediencia plena.
El problema comenzó cuando nos vendieron la guerra. No una real, sino la idea de una guerra. "Rusia acecha", decían los telediarios. "Debemos armarnos hasta los dientes, demostrar fortaleza". Nadie cuestionó cómo financiaríamos ese ejército descomunal. Solo cuando fue demasiado tarde comprendimos la estafa: los hospitales cerraron, las pensiones se esfumaron y la educación pública se convirtió en un sistema de adoctrinamiento. Pero había que estar preparados. La amenaza era real, nos aseguraban.
La ironía está en que, mientras llenaban sus discursos con desprecio hacia los americanos, copiamos su modelo al detalle. Europa se convirtió en aquello que más repudiaba, y lo peor es que nadie parecía notarlo. O, quizá, nadie quería notarlo.
PARTE II
Camino hacia mi puesto en el Centro de Evaluación Ciudadana. No soy funcionaria, al menos no en el sentido tradicional.
Hoy toca interrogar a un sospechoso.
—Ciudadano 49182, toma asiento.
Un hombre delgado, con ojeras profundas y una mirada que evita la mía, se sienta frente a mí.
—Ha estado usted compartiendo publicaciones que cuestionan la política de defensa. —Mi voz es monótona, profesional.
—¿Y si simplemente tengo preguntas? —contesta en voz baja.
—Las preguntas llevan al escepticismo. El escepticismo es la antesala de la disidencia. Usted sabe cómo funcionan las cosas.
Él me observa fijamente. Por un instante, veo algo en sus ojos. Algo que no debería estar ahí. Duda. Rebeldía.
—¿Sabes lo que es más irónico? —dice de repente—. Que tú también eres una víctima. Que en el fondo sabes que todo esto es una farsa.
Carraspeo y le indico que firme su compromiso de reeducación. No hace falta que lo lea; sabe que no tiene elección.
—Estamos construyendo una Europa fuerte. Unida. No podemos permitirnos elementos desestabilizadores —digo con frialdad ensayada.
Él sonríe, amarga y desoladamente.
—Claro, claro. Sigamos alimentando a la bestia. Hasta que sea demasiado tarde.
Llamo a los agentes para que lo escolten fuera. Miro la pantalla de mi ordenador, donde parpadea su expediente. Es un número más. Un registro menos. Al final del día, todos somos números en esta maquinaria. Sus palabras resuenan en mi cabeza, pero las ignoro. Como hago siempre.
Apago la pantalla y me levanto.
El siguiente ciudadano está esperando su turno
Fin
"Una sociedad enferma no se da cuenta de su gravedad hasta que el poder le susurra que aún puede empeorar. Al final, morir solo resulta ser otro trámite más de la vida."
Miguel Angel López Molina
28/03/2025
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