El pasado 17 de enero os contaba cómo Rumanía despertaba en shock tras descubrir que su proceso electoral fue poco más que un teatro de marionetas. Un tribunal dictaminó que las elecciones fueron un circo dirigido en la sombra, no por Rody Aragón, sino por un tal Putin y su corte del KGB.

Ahora, la Comisión Electoral ha vetado la candidatura del ultra Georgescu, el que fuera flamante “ganador” de aquel espectáculo. El susodicho, que volvía a encabezar las encuestas, clama que “Europa es una dictadura” mientras miles de sus seguidores toman las calles. Y no digo que esto pueda pasar aquí, pero conviene hacer una pausa y reflexionar: ¿ajedrez geopolítico o reality show con guionistas cada vez más retorcidos?

Al final, la democracia es como una fiesta donde todos están invitados, incluido el primo sabelotodo y el vecino que solo viene por la tarta. Nos gusta pensar que es el "menos malo" de los sistemas, aunque todos sepamos que nadie cumplirá lo prometido. "Una persona, un voto" suena bien, pero en la práctica es una lotería donde caben desde terraplanistas hasta okupas con pedigrí. 

Ya sé que nos basta con que un político nos diga lo que queremos escuchar; siempre ha sido así. Pero antes, las tonterías se quedaban en la barra del bar. Ahora, las redes sociales son un megáfono global que convierten al que piensa distinto en enemigo. Polarización al gusto, servida en bandeja por algoritmos que alimentan nuestras paranoias.

Pero con todos sus defectos: la democracia sigue siendo la mejor opción. No porque sea perfecta, sino porque nos deja equivocarnos y, con suerte, aprender. Así que antes de indignarte o comprar promesas fáciles, infórmate, duda, escucha. Si no, hasta el primo gorrón decidirá el menú de la fiesta… luego no digas que no te avisé.

Miguel Ángel López Molina

14/03/2025