Era el quinto simulacro de emergencia global en lo que iba del mes. Como cada mañana, la alerta del Gobierno me despertó con su ya clásico eslogan: “Prepárese para lo peor, porque lo mejor ya lo privatizamos”. Yo, que no había terminado de digerir la pastilla de proteínas con sabor a nostalgia que ahora sustituía el desayuno, suspiré resignado.

En la televisión, un amable funcionario con cara de embalsamado repetía las instrucciones de rigor:

—Ciudadanos, recuerden mantener su kit de supervivencia al día. Ropa para el calor extremo, ropa para el frío extremo, agua embotellada sin botellas, comida sin carne, sin gluten, sin lactosa y sin gracia. Y sobre todo, dinero en efectivo para cuando lo prohibamos.

—Mira, a ver si lo entiendo —dije a la pantalla—. ¿Debo estar preparado para una ola de calor y para la Edad de Hielo al mismo tiempo?

El funcionario me ignoró y continuó:

—Si el ataque nuclear se confirma, tome su dosis de yodo y refúgiese bajo una mesa de madera reciclada. Si sobreviven, los núcleos urbanos serán rediseñados bajo el principio de inclusividad. Nadie estará discriminado: todos serán pobres por igual.

La transmisión fue interrumpida por una noticia de última hora. La UE acababa de aprobar una nueva normativa: a partir de ahora, cualquier guerra debía librarse con criterios sostenibles. Nada de usar proyectiles, mejor atropellar enemigos con un tanque en punto muerto. Y, por supuesto, toda batalla debía ser inclusiva: si iba a morir alguien, tenía que ser proporcionalmente diverso.

Mientras asimilaba el absurdo, tocaron la puerta. Era mi vecino, con su kit de supervivencia.

—Tú crees que con todo esto realmente nos salvaremos, ¿verdad? —pregunté, señalando la caja con su linterna solar, sus gafas de visión nocturna y su estuche de grillos deshidratados.

—Por supuesto. El Gobierno ha pensado en todo. —Sonrió con la inocencia de quien cree que las mascarillas protegen contra la radiación nuclear.

De repente, un apagón total. Segundos después, la voz del Gobierno regresó:

—Ciudadanos, sufrimos un ciberataque. Todo el sistema ha colapsado, excepto la Agencia Tributaria. Pedimos calma y resiliencia.

El caos estalló. Gente corriendo, saqueos en supermercados, influencers transmitiendo su angustia en vivo. Yo, sin embargo, me quedé quieto, viendo la ciudad devorarse a sí misma.

Mi vecino tragó saliva.

—¿Y ahora qué hacemos?

—Lo que siempre hemos hecho: sobrevivir a pesar de ellos.

CONCLUSIÓN: Cuando el poder dice que te prepares, es porque ya decidieron que no van a salvarte.

Miguel Angel López Molina

04/04/2025